Una semana inolvidable en Croacia.

Una semana inolvidable en Croacia.

 

 

Si bien el motivo principal de mi visita a este hermoso país fue presenciar la tan esperada final del mundial, (estaba en Montenegro, país vecino, demasiado cerca como para no ir) debo confesar, que fue un poco excusa para conocer alguna de todas sus islas. Digo ¨todas¨ en representación de las más de 1000 islas que tiene Croacia, sí, más de 1000. Difícil elección, no?

En fin, antes de elegir qué islas iba a visitar, me centré en la final -Francia vs. Croacia-. Me aseguré de llegar con el tiempo suficiente a Dubrovnik para hacer el check in, depositar mi valija de casi 23 kilos en la habitación, y salir corriendo a la plaza principal.

Ni bien puse un pie en ese país, se empezaron a escuchar bocinazos, gritos y cantitos. Mis ojos solo veían cuadrados rojos y blancos, en forma de camisetas, banderas y hasta ploteo de autos. Hermoso y emocionante al mismo tiempo. Estaban de fiesta, sin dudas.

Todos sabemos que Croacia no ganó. Pero vivir esa final ahí, frente a una pantalla gigante casi invisible de tanta bengala -no nos olvidemos de los 35 grados de calor- y cientos de fanáticos, croatas o no, fue espectacular. Aún más cuando el partido llegó a su fin, y ellos continuaron con los festejos. Fuegos artificiales, más bocinazos. Felices de haber jugado esa tan ansiada final. En ese momento, supe que este país me iba a gustar. Y mucho.

 

Islas, islas y más islas

No fue fácil decidirme por algunas y dejar la mayoría afuera, pero de lo que estaba segura es que Split iba a ser mi punto de partida. Definitivamente esta ciudad tiene el puerto más preparado para recibir turistas y que estos armen el itinerario desde ahí. No lo digo yo, lo dicen, entre otras cosas, los miles de locales con ¨lockers¨ para dejar las valijas frente a los barcos y, sin peso ni preocupación, zarpar.

Decidimos ir por el día (con una rosarina) a la isla de Brac, un lugar ideal para descansar y relajar (me encanta de pronto hablar en plural, porque cuando viajas solo, hacer amigos es muy fácil). El barco nos costó 90 kunas solo ida y nos dejó en Supetar, de donde salió el autobús con destino a Bol (por 50 kunas, ida y vuelta).

Bol

Es un pueblo pesquero, y muy pintoresco, pero no les voy a mentir, fuimos expresamente para conocer la playa más famosa de la isla (y del país): ¨Cuerno de Oro¨. Si bien confiábamos en encontrar finalmente una playa con arena, nos desilusionamos un poco al ver que también era de piedras, como en toda Croacia. Resignadas con ese tema, nos enfocamos en disfrutar de su agua cristalina y celeste durante todo el día. Ya entrada la tarde se fue vaciando poco a poco y con una copa de vino blanco en mano, nos quedamos a contemplar el atardecer. Imperdible.

Al emprender el regreso para tomar el bus hacia Supetar, nos quedamos encantadas con el pueblo de noche, los restaurantes, la gente comiendo sentada en escalones que apuntan directamente al mar. Realmente daban ganas de quedarse esa noche en la isla. Y casi casi se nos cumple el deseo. Al tomar el autobús para Supetar y poder llegar al ÚLTIMO barco que iba a Split, nos despistamos un poco y entre charla y charla, se abrió la puerta, y bajamos (jurando que era la ultima parada). Empezamos a caminar en busca del barco y nada. Preguntamos y nos miraron raro. ¨Barco, ¿acá? No, de acá no sale ningún barco¨. OK, empezamos a correr como nunca, a ver si alcanzábamos el autobús que acabábamos de dejar, que también era el último del día. Y no, fue imposible.

Me desesperé un poco; de noche, en un pueblo que no sabía ni el nombre, dentro de una isla, con poca gente a la vista y ni un taxi. Hasta que, de repente, logro ver uno a lo lejos, estacionado y sin conductor, pero con un número de teléfono salvador en el vidrio. Llamé -y acá agradecí mucho haber comprado un chip europeo- y el taxista contesta “en 5 minutos estoy ahí”. Y así fue, en 5 minutos apareció un hombre en moto, más apurado que nosotras para que no perdamos el barco. Nos dijo que teníamos unos 20 minutos de viaje hasta Supetar, y 23 minutos para que salga el último barco. Entre una rápida discusión de precio, yo tenía todas las de perder, así que no se ni cuanto “gatillamos” el taxi, pero ya no importaba. Corrimos al barco, y junto al último auto que estaba entrando antes de que cierren las puertas y zarpen, nos metimos nosotras dos.

Anécdotas que luego del estrés es imposible no acordarse y reírse.

Al día siguiente, decidí dejar mi valija en uno de los lockers frente al puerto de Split -unas 15 kunas por día-, y me fui varios días a la isla de Hvar con una mochila. En esta sí, decidí pasar varias noches. Y ya acá vuelvo a hablar en singular, pero por poco tiempo.

 

Hvar

Es un poco más lejos que Brac y por lo que había leído, valía mucho la pena.

Apenas llegué. Me di cuenta que me iba a gustar. Las callecitas, escaleras, casas, los lujosos yates amarrados, todo era hermoso, hasta la fila eterna y sorpresivamente no ordenada para bajar del barco. Mi hotel estaba bastante arriba y eso me permitía tener unas vistas increíbles del mar y por ende, de los atardeceres que prometían ser increíbles. Y lo fueron.

Tuve afortunadamente sólo medio día con clima feo, lo cual me llevó a subir a la fortaleza. El camino es lindo, pero las vistas lo son aún más. Aunque, con tiempo lindo, esta isla es ideal para alquilar un botecito y conocer calas y lugares casi inaccesibles de otra manera.

Hay muchas opciones de tours en barco, de un día entero, medio día, etc. Nosotros optamos por alquilar un barco con un grupo de argentinos -sí, al segundo día ya me hice amigos, así que vuelvo a hablar en plural- y pasar todo el día de playa en la playa. Acá hago una aclaración, jamás creí que iba a decir esto, pero las zapatillitas de agua son ampliamente recomendables. Y lo aseguro luego de cruzarnos con más erizos que personas. Para no perder la costumbre, todas las playas eran de piedra, pero siempre está la opción de alquilar reposeras el día entero por 10 euros.

A mí algunos días se me dio por caminar para el lado de Pokonji Dol beach, donde me crucé en el camino con varias playitas que me hacían creer que estaba sola en la isla. Y cuando el mar es solo para vos, se disfruta mucho más (bueno para vos y miles de erizos).

Sabía que me iba a encontrar con mucha gente joven, pero aun así me sorprendió la cantidad. Y claro, si dicen que es la Ibiza croata, que con solo pasar un atardecer en Hula Hula beach, me di cuenta el porqué de ese nombre. Fiestas a la orilla del mar, con una escenografía de atardecer natural, y cuando ya no hay rayos de sol a la vista -y comienzan a repetir las canciones-, la fiesta continúa por las callecitas del centro, donde dos o tres barcitos son los encargados de entretener a la gente hasta que sale nuevamente el primer rayo. Y así todos los días, no les miento.

O sí, miento, porque la disco más conocida y donde -de ser cholulo- podés encontrar a varios famosos, es Carpe Diem, que se encuentra en una islita justo enfrente y a la que se llega sí o sí en bote. No es una salida económica, pero estar en Hvar y no asistir es una verdadera picardía. A no preocuparse que para los amantes de las salidas sin ganas de tomar un bote para salir de fiesta -como me pasó a mí- está Pink Champagne, que no deja nada que desear.

Llegó nuestro último día y luego de disfrutar un asado -hotel con vista al mar y parrilla, ¿qué más se puede pedir?- preparamos todo para, tristemente, despedirnos de la isla y encarar la vuelta a Split.

Una vez en continente, busqué mi valija y seguí viaje en autobús, dejando atrás la Croacia que tan feliz me hizo durante poco más de una semana.

@florzopatti

 

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