Un día con elefantes en Tailandia.

Un día con elefantes en Tailandia.

Un día con elefantes en Tailandia es una de las tantas experiencias extraordinarias que me brindó este fascinante país asiático. Recuerdos que hoy cuento como si nada, como algo natural y cotidiano, pero que fueron sensacionales, tan salidos de mi rutina, tan maravillosos, oníricos que cuando los revivo no puedo evitar sentir mi piel ponerse de gallina.

¿No les pasa que a veces miran los fotos de sus viajes y no pueden creer que estuvieron ahí? ¿Qué hicieron tal o cual actividad? A mí me sigue maravillando sentirme tan extraña y tan íntima con todos los lugares que visité, con cada experiencia que viví.

Un día con elefantes en Tailandia

En Chiang Mai, a 700 kilómetros al norte de Bangkok, capital de Tailandia, tuve la dicha de visitar una reserva y pasar un día con elefantes, cuidándolos y alimentándolos.

Había leído mucho sobre estos animales, sobre diferentes espacios donde se te permitía montarlos y hacer paseos con ellos. Ninguna idea me terminaba de gustar demasiado. Sabía que la mayoría de los sitios trabajaban con shows, otros los utilizaban para mendigar. Y para lograr que hicieran todo esto, sabía que los elefantes eran brutalmente maltratados.

Pero me comentaron de un parque que se dedicaba a rescatar y rehabilitar elefantes. Ahí me fui convenciendo. Nada de separarlos de sus madres, nada de encerrarlos ni encadenarlos, ni de romper su espíritu, como se le llama cuando se domestica a este animal. Todo lo contrario.

Busqué varias opciones entonces: ¿voluntariado?, ¿tres días de mi viaje destinados a estos animales?, ¿los amaba tanto como para pasar tanto tiempo? ¿Cuidar bebés elefantes? No, nada de bebés. Elegí pasar el día alimentando y bañando elefantes. Nada más ni nada menos.

Entrando en confianza con los elefantes en Tailandia

La experiencia arrancó así, como quitándome una curita. En cuanto el grupo en el que yo estaba llegó al parque, nos acercaron a un elefante y nos dieron una bolsa con frutas y cañas. Nos hicieron gestos para darles de comer. ¿Ya?, pensé. ¿Sin presentaciones? De hecho nos habían presentado pero entre acentos y asombros por verlos tan de cerca, todo se me pasó por alto. En un segundo estaba en un bus y al siguiente estaba dándole fruta a un elefante que me daba palmadas con su trompa. No hubo mucho tiempo para aclimatarse.

El elefante asiático es diferente al africano. Es más pequeño que este, midiendo unos dos metros de altura y seis metros de largo. El africano, por otro lado, llega a los 3,5 metros de alto, siete de largo. Nada de esto importa cuando uno se lo encuentra de frente.

Nos explicaron que los iríamos alimentando por un sendero y que debíamos hacerlo con cierta frecuencia para que nos puedan seguir hasta el río donde, si ellos tenían ganas, se bañarían. Y sí, eso hice. Primero con cierto temor, luego jugando, acariciándolos. Hasta que te das cuenta que el sendero es angosto, la gente va delante caminando lento y a vos te sigue un elefante de dos metros que no se detiene. Allí te percatas que nada de este tour es un juego, que las fotos son hermosas pero que estás allí para cuidarlos un rato, siempre que ellos quieran. Que estás a su servicio y no al revés. Que elegiste un paseo que implica responsabilidad.

Luego de un rato, elefantes y humanos nos separamos para almorzar. Los elefantes desaparecieron y mi grupo se sentó en una estructura de madera con los pies colgando, mirando el río que corría debajo nuestro.

A bañarse todo el mundo!

Fueron aparecieron de a poco a lo lejos, descendiendo por la ladera. Venían hacia nosotros, al cúmulo de humanos que querían disfrutar ese momento pero a quienes también le temblaban un poco las piernas al verlos marchar tan firmemente. Me acerqué cautelosa, ¿cuál era mi elefante?, ¿el que alimente todo el camino? Ya no importaba. Sólo dejé que uno me salpicara y yo comencé a hacer lo mismo.

Todos jugamos. Es uno de los recuerdos más extravagantes y, a la vez, más simples que tengo de un viaje. Al fin y al cabo, éramos todos niños de diferentes edades y especies tirándonos agua. Algunos elefantes se arrojaban al barro y elevaban las patas mientras se mojaban el lomo. Las ramas de los árboles crujían aplastadas debajo de ellos, recordándonos que nosotros éramos meros invitados. Y así como llegaron se fueron. Sin previo aviso, dejándonos incluso, podría decir, un poco abandonados.

Aún hoy recuerdo vívidamente estar caminando junto a ellos mientras nos explicaban las historias de cada animal, y escuchar el barritar de una mamá elefante instantes antes de que todos corrieran a proteger a una cría. Recuerdo siempre ese sonido que concentraba tanto el miedo y la preocupación de ellos. El pequeño lugar que ocupamos a su lado en la vasta naturaleza. Siempre que me preguntan sobre Tailandia recomiendo ampliamente caminar una tarde con los elefantes. Nada más ni nada menos que eso.

 

Recomendaciones si querés todo un día con elefantes en Tailandia:

– Escuchar a los guías siempre. Hay que tener muy presente que somos invitados. Debemos recordar que es un espacio “salvaje” en todo momento.

– Llevar protector solar, calzado cómodo, tanto como para tierra, como para el agua (antideslizante) y repelente de mosquitos.

– Agua para beber.

– Un cambio de ropa.

– Algo básico pero no por eso menos importante para recordar, ir con sumo respeto. Se van a encontrar con criaturas que ya han sufrido mucho.

 

En www.elephantnaturepark.org tenés toda la información sobre las posibles visitas. Hay que reservar con bastante anticipación.

 

pasaporalli.wordpress.com

Instagram: @sivly_ne

 

Quieres seguir viajando por Tailandia? Te invitamos a leer más de este fantástico destino. 

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Por mi vida y mi blog pasan muchas cosas. Pasan noches desveladas y días aturdidos. Pasan mochilas y valijas dejando marcas; pasan fotos, ojos, oídos, aromas, recuerdos, vivencias. Pasan las ciudades que nos arrasan y pasa el regreso. Pasa la huella de nuestros viajes. Mi blog surgió en uno de esos tantos regresos, cuando descubrí que me traía conmigo innumerables historias, algunas reales, otras no tanto. Está allí para ser atravesado por quien quiera cruzarlo.

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