Salta, una aventura en 4×4 = 100% Felicidad

Salta, una aventura en 4×4 = 100% Felicidad

Había escuchado eso de “Salta, tan linda que enamora” y pensé que se trataba de uno de los tantos slogans publicitarios de los destinos turísticos, pero los imponentes paisajes, el clima que acompañó bondadosamente y la belleza y calidez de los pueblos que asombran con su arquitectura colonial, realmente llenan el alma y transforman una simple frase en una realidad palpable.

Quebrada de las Conchas

Apenas llegamos, nos esperaban las Hilux y las SW4 que nos llevarían a Cafayate. El trayecto tiene 188 km, aunque por la sinuosidad del camino y las paradas “obligadas” para entregarse al paisaje, tomar alguna foto de recuerdo y adentrarse en las formaciones de la Quebrada de las Conchas, dentro de los Valles Calchaquíes, demanda un poco más tiempo que el normal.

Los colores de las sierras y la vegetación deslumbran a medida que se avanza por la ruta 68, permitiendo ver a lo lejos las formaciones de la quebrada que fuera declarada reserva natural en 1995. El paisaje es testigo de la erosión del agua y el viento durante millones de años, dando lugar a un profundo cañón donde destacan llamativas formaciones rocosas como la Garganta del Diablo, el Anfiteatro, el Fraile, el Sapo, entre otras. Pero curiosamente la zona de la Quebrada de las Conchas tiene otro lugar de interés, quizás más banal, pero que cautiva por igual (o más) al visitante y es el Puente Morrales. Ubicado en una ruta muerta a la vera de la R68, alcanzó su fama a partir de la película Relatos Salvajes (2014), en la que Leonardo Sbaraglia y Walter Donado concluyen su famoso “crimen pasional”.

 

Cafayate

Dejamos atrás la roca, la arena y los tonos marrones, para nutrirnos con el verde de las vides. Así nos recibía Cafayate, la ciudad más importante de los Valles Calchaquíes, que sorprende con su arquitectura colonial, su plaza rodeada mayormente de locales de artículos regionales y vinos, bares y restaurantes, un museo y por supuesto, la bellísima Catedral de Nuestra Señora del Rosario de Cafayate (1895).

Caminar por las calles de esta ciudad contagia calma y el aire desborda de pureza. Nos acomodamos en en el hotel Grace Cafayate (un verdadero lujo de la travesía) y salimos a disfrutar de las afamadas empanadas salteñas y un asado de esos que perduran en la memoria, en la Finca El Retiro de la Bodega El Porvenir que, obviamente, garantizó la compañía del buen vino.

Al otro día amaneció fresco, como suele suceder en esta provincia que se caracteriza por una gran amplitud térmica, por lo que desayunar al sol con vista a las montañas y al campo de vides, fue un verdadero placer. Por supuesto, no se extendió demasiado porque la partida hacia Cachi no se hizo esperar.

La 40, Molinos y Seclantás

Tomar la R40 ya conlleva una cierta emoción para cualquier argentino, mucho más meterse en el ripio y la arena en las 4×4 de Toyota, transitando caminos que deslumbran por su aridez, los colores de piedras y montañas que magnifican el celeste intenso del cielo.

La Quebrada de las Flechas nos sorprendió con su singular inclinación, producto de los movimientos del suelo y el viento. Nos abríamos paso entre paredes inmensas de roca, siguiendo el camino zigzagueante. Entre nubes de polvo, avanzábamos y nos maravillábamos ante la aparición de personas y pueblos dormidos en el tiempo, pero con un encanto y una magia singular; una escuela casi perdida o cementerios en medio de la nada, adornados con flores de colores como si el olvido no alcanzara del todo a esos lugares o esas almas.

Así en medio de este paisaje de ensueño, asomó Molinos, un pueblo con rasgos coloniales que debe su nombre a los molinos harineros del siglo XVIII. Allí se destacan la Iglesia San Pedro de Nolasco (1720) y la Hacienda de Molinos que fuera residencia del último gobernador realista de Salta y que hoy es un hotel.

Más adelante nos esperaba Seclantás donde nace el Camino de los Artesanos que culmina en El Colte, lugar de residencia del Terito Guzmán y unas sesenta personas que viven de la producción de sus telares. Hijo del Tero, ya fallecido pero famoso por los ponchos de Juan Pablo II, el Papa Francisco, Los Chalchaleros y más, el Terito nos mostró su arte (un poncho puede llevar hasta dos semanas de trabajo) y nos agasajó con un almuerzo bajo la fresca y humilde galería de su hogar hecho de adobe y caña.

Cachi

Cachi tiene magia, su plaza bordeada de frentes blancos con la consigna unificada de marquesinas de hierro forjado, la iglesia, las calles de piedra y esa calma que invita a sentarse en alguno de sus bares y a disfrutarla trago a trago. Todo enmarcado por montañas de más de 5.000 m y un cielo diáfano casi permanente que por las noches permite admirar y rendirse ante la infinidad de estrellas.

Nos hospedamos en el hotel La Merced del Alto, otro de los grandes placeres de Cachi. Desde allí iniciaríamos a la mañana siguiente la que sería una de las partes más emocionantes del viaje: la conquista de Abra del Acay, declarado Monumento Natural Provincial. Por este paso ubicado en el departamento de La Poma, corre la mítica ruta 40 que alcanza allí su mayor altitud (4.601 m), siendo una de las carreteras más altas del mundo (fuera de Asia).

El recorrido tuvo todos los condimentos para poner a prueba las camionetas y nuestro temple: polvo, ripio, vados, curvas y contracurvas, cornisas. Emocionante desde el lado de la conducción y desde los paisajes que iban cambiando permanentemente y sorprendiendo con colores que cuesta imaginar en la previa. Por supuesto, una vez arriba había que moverse con tranquilidad para no agitarse demasiado y abrigarse porque los 10ºC y el viento frío se hacían sentir.

A la vuelta, un paso fugaz por La Poma, aquél poblado que sufriera el terremoto en 1930 y que fue reconstruido en parte y generó un nuevo asentamiento a apenas un km de distancia. Sorprende ese caserío de tierra roja, esas pocas callejuelas en medio de prácticamente la nada y una existencia prácticamente inimaginable para cualquier citadino.

La vuelta a casa

La última noche en Cachi nos encontró tratando de avistar OVNIs en el ovnidromo. Sí, el lugar tiene muchas historias al respecto y un lugar específico diseñado por un suizo que vivió en el lugar durante cinco años y que asegura le fue encomendada la construcción de este espacio demarcado con piedras pintadas y una gran estrella. No avistamos nada especial, pero nos dejamos cautivar por el cielo y el show que brindaban las estrellas fugaces.

A la mañana siguiente, emprendimos el regreso a Salta. El paso por la recta de Tin Tin nos brindó otro de los recuerdos que nos traeríamos a Buenos Aires: una planicie habitada por imponentes cardones que se erigen como amos y señores y que forman parte del Parque Nacional Los Cardones, que tiene además restos paleontológicos como huellas de dinosaurios de 70 millones de años y pinturas rupestres.

Más adelante la Cuesta del Obispo sorprende con su panorámica y el serpenteo de la ruta a través de las montañas. La aridez y los tonos marrones siguen siendo protagonistas, aunque si se tiene suerte se pueden sumar los cóndores para completar una postal que será inolvidable.

Unos kilómetros más adelante la Quebrada de Escoipe nos hará pensar que llegamos a otra provincia, ¿Misiones?, tal vez. Es que aparece la bruma en el camino y la visual poblada de tonos verdes selváticos y una vegetación que parece importada de otro lugar convierten la ruta de repente. Cuesta creer semejante diversidad, pero que es reflejo de la magnitud de la provincia de Salta en cuanto a paisajes y experiencias.  Justamente eso que hace que uno crea verdaderamente en eso de “tan linda que enamora” y caiga rendido a sus pies.

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2 comentarios

  1. lore says:

    que genial viaje! Amo la ruta 40 y mas en el norte! y después de las empanadas de mi vieja (tucumana) las mejores empandas que probe! el vino tiene un capitulo aparte jaja.

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